Por Luis Salazar Ramírez
«Parece como si existiera en el cerebro una región totalmente específica, que podría denominarse memoria poética y que registrara aquello que nos ha conmovido, encantado,
que ha hecho hermosa nuestra vida».
Milan Kundera – La insoportable levedad del ser
“Me gusta regresarme del olvido
para acordarme en sueños de mi casa.
Del chico que jugaba a la pelota, del 2242831.
Nadie nos prometió un jardín de rosas
hablamos del peligro de estar vivo”
Fito Páez – Al lado del camino
Hace unos días, tuve la oportunidad de volver a ver “Polvo”, la obra teatral de Los Chicos del Jardín, un colectivo que venía desde Manizales hasta Tuluá invitados al festival de teatro Lino Mora dirigido por el poeta Omar Ortiz. Esta obra contempla, desde la teatralidad, el cuerpo, el movimiento, la escenografía, un lenguaje poético diseñado para representar la infancia, los momentos importantes que, de vez en cuando, se pasean por nuestra memoria. Desde la dramaturgia, “Polvo” explora diálogos y acontecimientos de nuestras vidas que de alguna manera extrañamos, aquellos que nos hicieron ser quienes somos. De esta forma, la obra conduce al espectador a un acercamiento contemplativo con la nostalgia que nos traslada a la profundidad del souvenir. Escribir una obra así y llevar a cabo la investigación en esta dramaturgia es recordar, caer una y otra vez en la memoria, es regresar de donde una vez, por necesidad o accidente, tuvimos que emigrar.
«Polvo» Los Chicos del Jardín
Parecía que la obra se iba hacia otro lugar: el de la violencia, el de las historias que se han narrado a través de los años en este país para caer a una sola: la del conflicto armado.
«Llegar a casa de mi amigo para invitarlo a jugar. Sale la mamá y dice que no está. Darse cuenta que no regresará».
Hilos conductores en una sola escena que necesitan ser contados para mencionar que en este país muchos se fueron del barrio, generaciones hijas de la seguridad democrática y otros destinos errantes que acaecieron sobre niños y jóvenes. Podría sonar paradójico decir que, cuando alguien muere, su silencio es el que vive. Señalaría que, vivimos esta escena en carne propia, que la sentimos en el silencio del recuerdo que nos aturde (porque en este país somos cincuenta millones de víctimas). Aunque la obra no siguió narrando esa violencia, se redirigió a otras violencias, la normalización de la crianza bajo “micro-machismos” aprendidos en casa.
“El que aguante más bajo el agua, gana” un cuadro breve y bello que se desarrolla en la piscina y me llevó a contemplar la memoria del agua, pero más desde el rio, donde regresé a los clavados de infantes, los paseos de olla, el olor a tierra húmeda. El agua es sagrada. Ese cuadro me transportó al momento preciso en el que caímos en cuenta que el rio se nos llevó los años, las caricias de mamá, los juegos en el barrio y transformó todo eso en la fuerza para seguir explorando este mundo.
Tomar aire. Contar. 1 2 3. Sumergirnos profundamente. Salir y darnos cuenta que crecimos.
Crecer es llorar ante el mundo, a mí también —como a uno de los personajes— me aterra cumplir años, le pongo mute a la vida para que no pase el tiempo. Lo que me salva es este montón de poesía que me habita, que de todas formas me revela que, aunque mi cara esté poblada de barba, sé con certeza que la infancia es la gasolina en la memoria que me hace seguir creyendo en este mundo, aunque sea por la poesía, por el teatro y el cine. Tal vez, la infancia, la exploración de la vida y los recuerdos no son los protagonistas de esta obra. Yo pienso más en el tiempo que, de manera lineal, nos obliga una y otra vez a volver atrás, al flashback, a mirar ese montón de cosas que fuimos, pero, regresando siempre a lo que somos: polvo.
«Polvo» Los Chicos del Jardín – Manizales
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